Lo que hay que saber sobre el 8 de diciembre y el armado del arbolito

Es sabido que el 8 de diciembre se arma el arbolito de navidad. Creyentes y no creyentes adoptan esta tradición permitiéndose atribuirla a distintas razones.
En Latinoamérica, países como Chile, Argentina, Perú, Panamá y Paraguay consideran que esta fecha es tan importante como para dedicarle un día feriado. Algunos celebran la Inmaculada Concepción de la Virgen María a la vez que otros invocan otras tradiciones de diversos orígenes las cuales propician la reunión familiar y perpetúan ciertos rituales.
Pero ¿en qué se relacionan el arbolito de navidad con la Inmaculada Concepción de la Virgen María?
Se suele pensar que la tradición del árbol fue impulsada por las tendencias actuales del marketing que da lugar al consumo, a la reunión con familiares y amigos con la gran excusa de celebrar la cercanía del fin de año y hacer obsequios a los seres queridos. Sin embargo, hay un punto en el que la celebración católica de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se une con las tradiciones de múltiples orígenes vinculadas a la decoración del arbolito. El mismo se constituye para algunos como el árbol de la vida eterna debido a que los pinos siempre permanecen verdes; para otros, el pino representa al árbol del paraíso del cual, según la biblia, comieron Adán y Eva. En todos los casos, se asocia al árbol con la vida, con el nacimiento, con la eternidad.
Para los católicos, la fiesta religiosa del 8 de diciembre nació en 1854, cuando el papa Pio IX promulgó un documento titulado Ineffabilis Deus mediante el cual estableció como «dogma de fe» que María, la madre de Jesús, desde el instante de su concepción fue preservada por Dios del «pecado original».
A pesar de que esta impronta católica ha sido fuertemente arraigada en Latinoamérica mediante el espíritu imperialista dominante, existen otras varias leyendas sobre la costumbre de armar un árbol en época de Navidad y su significado.
La leyenda Nórdica cuenta que cuando los primeros cristianos llegaron al norte de Europa, descubrieron que esas comunidades celebraban el nacimiento de Frey, dios del sol y la fertilidad, adornando un árbol de roble, en la fecha próxima a la Navidad católica. Este árbol, vinculado a celebraciones paganas, simbolizaba al árbol del Universo en cuya copa se hallaba la morada de los dioses y el palacio de Odín; y en las raíces más profundas estaba el reino de los muertos.
Luego, con la evangelización de esos pueblos, los cristianos tomaron la idea del árbol, para celebrar el nacimiento de Cristo, pero cambiándole totalmente el significado. Se dice que San Bonifacio (680-754), evangelizador de Alemania, tomó un hacha y cortó un árbol que representaba a la morada de los dioses, y en su lugar plantó un pino, que por ser perenne, simbolizó el amor de Dios, adornándolo con manzanas y velas. Las manzanas simbolizaban el pecado original y las tentaciones, mientras que las velas representaban la luz de Jesucristo, como luz del mundo. A medida que pasó el tiempo, las manzanas y las luces, se transformaron en esferas y otros adornos como los actuales. Otro dato curioso es que las guirnaldas representan la unión de las familias y personas queridas alrededor de dones que se deseaban dar y recibir. En la cosmovisión Católica, la forma triangular del árbol representa a la Santísima Trinidad, que significa Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu, las tres manifestaciones de Dios.

La leyenda del niño proveniente de Europa también cuenta que el árbol de Navidad tuvo su origen una fría noche de invierno, cuando un niño buscó refugio en la casa de un leñador y su esposa quienes lo recibieron y le dieron de comer. Mientras todos dormían, dicho niño se convirtió en un ángel vestido de oro: era el niño Dios. Para recompensar la bondad de los ancianos, tomó una rama de un pino y les propuso que la sembraran; luego les prometió que cada año daría frutos. Dicen que aquel árbol dio manzanas de oro y nueces de plata.

La leyenda griega narra que los griegos consagraban el pino a Dionisio, dios de la fertilidad y del vino, a quien se lo representaba con una varilla, el tirso, coronada con hojas de vid y de hiedras, terminada en forma de piña, el fruto del pino. La piña cerrada era considerada el símbolo de virginidad y no por casualidad se la utiliza desde hace años en las mesas navideñas.

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