Casas Contadas – capítulo 4: Orlando Elorriaga y el recuerdo del hogar de su infancia

En otra entrega de este ciclo que anuncia el fin de semana y acerca el calor de las memorias narradas, conversamos con Orlando Elorriaga sobre la histórica casa de sus padres y también la de sus abuelos. Hagamos este recorrido juntos.

Hace dos años atrás, cuando no había pandemia y éramos otros, pasé un día por la esquina de Curruhuinca y San Martín, en dirección al lago, y caminando distraída me encontré con una casa hermosa, encajonada entre dos edificios. Estaban construyendo al lado y remodelando un poco todo. Como primer instinto me asusté, pensé que la iban a demoler. Después me pregunté: ¿de quién será?

“Esa casa es del año 1935. La construyó papá cuando aún era soltero, como inversión”, empieza a contar Orlando, sentado en un living abierto, repleto de libros, plantas y objetos curiosos, mientras afuera llueve. Su padre, Juan Elorriaga, neuquino de nacimiento, vivió con su familia en Piedra del Águila y luego en Caleufú. Tiempo después se trasladaron a San Martín de los Andes, con un negocio de Ramos Generales y compra de frutos del país.

El primer negocio de la familia Elorriaga se emplazaba en San Martín y Elordi. Toda la galería comercial que hoy ocupa esa cuadra pertenecía a la firma Elorriaga-Elguero, que este año cumple 100 vueltas a la historia. Allí tenían el comercio, la casa quinta de sus abuelos, una panadería y la primera estación de servicio, a mitad de cuadra, con los surtidores sobre la calle.  

“Cuenta la historia que, en 1935, cuando papá tenía 23 años, miró en una revista una casa inglesa y quiso reproducirla. Fue una de las primeras casas de material que hubo en el pueblo, en un terreno que era casi el doble de lo que se ve ahora. Al lado, donde está el edificio nuevo, estaba la casa de su hermano. Tenían la entrada en común.”

En 1942, este joven emprendedor conoce a una maestra venida de Buenos Aires, de la localidad de Banfield, con la cual contrae matrimonio. En 1950 nace Orlando, en esa misma casa. Le pido que haga memoria y me cuente que había alrededor en ese momento, en un pueblo que estaba empezando a levantar vuelo.

Foto: interior de la casa familiar.

“Enfrente, en la esquina, había una hostería de madera muy grande, que se llamaba El Caballito Blanco. Tenía dos cuerpos y uno se incendió cuando yo tenía 9 años. En la otra esquina, sobre Ramayón, estaba la quinta del Doctor Koessler, que después fue de O´Grady. En ese momento teníamos acequias que corrían por ambos terrenos, por la calle. Se ponían compuertas y se usaban para regar las huertas.”

El relato sigue, como si fuera una película documental, ocurriendo dentro de la cabeza de Orlando, enfocando por turnos cada esquina de esa manzana. Donde hoy está la pintureria, frente a la estación de servicio, en aquel tiempo había una “borrachería”, dice, un bar donde los paisanos iban a tomar vino, con palenques para dejar los caballos.

Foto: año 1950.

Volviendo a pararnos frente a la casa, le pido que me lleve a recorrer el interior. Para eso busca unas fotos, que trae hasta la mesa, y va señalando en ellas todo lo que me cuenta: “Acá podés ver cómo se hacían los cercos en aquella época, de madera. La puerta principal era del mismo estilo que las ventanas, de vidrio repartido. Había tres entradas: por el frente, por el costado y por atrás.”

El hall de entrada era el lugar para dejar los abrigos y desde ahí ir a los otros ambientes de la planta baja: un dormitorio principal que después se transformó en un living con biblioteca; un comedor principal, un baño en el medio y otro dormitorio, enorme, que era de sus padres. Hacia atrás quedaban la cocina y un estar vidriado con una estufa hogar. La foto, de 1950, muestra la casa y, de fondo, el cerro sin vegetación: “Se fue llenando con el tiempo, con árboles no sembrados.”

“Los pisos eran de dos pulgadas de Raulí y las paredes estaban hechas con terciado de Araucaria, una locura que se hacía en aquella época. Hacia el frente de la casa vas a ver una chimenea, que tiene la particularidad de estar hecha con piedra labrada. Fue un regalo que le hicieron a mis padres luego de casarse”, relata Orlando. Después cuenta que se hicieron remodelaciones, puestas en valor, y que ahora el interior está bastante cambiado, en función de su nuevo uso, pero la chimenea se mantiene.

Retomando el hilo histórico del relato, la vida cotidiana transcurría en una San Martín donde aún no había llegado el gas, con estufas a kerosene. “El frío era intenso. Mamá nos ponía ladrillos refractarios envueltos, en la cama, para que tuviéramos los pies calentitos”, dice, con una media sonrisa de recuerdo lejano. “La cocina de fundición tenía un intermediario por donde pasaba el agua y se calentaba, como una caldera a leña. Entonces si venían varios a querer bañarse no se podía, por eso se hacían baños de inmersión, porque aguantaba más el agua.”

Concluyendo la charla, nos vamos a recorrer un poco la quinta: “¿sabés como se regaba en ese momento? Con un palo de escoba, con una lata atada con alambre en la punta. Lo cargabas en la acequia y lanzabas el agua por todos lados. Sacabamos muy buenas verduras de la huerta. También estaba la leñera y unos galpones donde guardabamos los huevos, en latones grandes, con un líquido especial, durante el invierno.”

Cada una de estas charlas es un viaje de recuerdos y aprendizaje. Nunca serán suficientes las páginas cuando lo que se intenta contar abarca cien años de historia y tantas vivencias, aunque vale la pena intentarlo. Afuera sigue lloviendo pero adentro somos distintos. Ahora nos conocemos un poquito más. 

Fotos: cortesía.

6 Comments on Casas Contadas – capítulo 4: Orlando Elorriaga y el recuerdo del hogar de su infancia

  1. Muy lindo relato.Nosotros conocimos a Don Elorriaga.los surtidores y el local de Ramos Generales.Me encantan estas historias !!! Gracias por hacerlas !

  2. Que interesante historia !, que gente pionera, son los que hacían la patria grande, esfuerzo, trabajo y valentía !. además que hermosa casa. Gracias por compartir estas historias

  3. Hermosa nota.

  4. Angélica González // 29 de mayo de 2021 en 23:04 // Responder

    Muy importante estas historias para conocer el patrimonio de la ciudad.

  5. Excelente nota. Gracias por contarnos historias que merecen ser contadas y recordadas!

  6. Teresa Isabel Cifuentes // 11 de julio de 2021 en 21:17 // Responder

    Muy linda la historia yo fui compañera de Orlando en la primaria. y hasta segundo año de la secundaria, después y deje, recuerdo que Orlando era muy buen alumno. lo conocimos a Don Juan Elorriaga, dueño de la unica casa de Ramos generales, nosotros comprabamos mucho alli. y me alegra que se siga conservando esa casa , es parte de la historia de San Martin de Los Andes.

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