Casas Contadas – capítulo 27: Elsa Schnarwiler y “La Pichanga”, un hogar que supo integrarse a la naturaleza para convertirse en su paraíso

Si hay algo que une a la mayoría de nuestras Casas Contadas es el lugar que tienen en ellas los jardines y las huertas. Nuestra parada de hoy nos lleva a la calle Elordi al 400, al hogar de Elsa Schnarwiler, un lugar que combina madera y vegetación para crear un clima de cuento. Data de la década del 60´y además de una peluquería fue sitio de innumerables reuniones de amigos y vecinos.

Sentadas en pleno living, cerca de un hogar prendido, mientras afuera el viento hace temblar árboles y enredaderas, Elsa y yo empezamos a desandar su historia. Nos rodea un clima cálido, de hogar familiar, de recuerdos y vivencias que atraviesan varias generaciones. Los amplios ventanales, que son la debilidad y el orgullo de su dueña, nos muestran un verde fulgurante, digno de primavera. “Acá yo vivo eternamente de vacaciones”, me dice, señalando las vistas.

Foto: Federico Soto.

“Esta casa está hecha de madera, con materiales de la zona. La empezamos a construir en 1962 con mi marido, Pedro Plansoen, estando recién casados. El terreno fue un regalo de su hermano, pero era bajísimo y tuvimos que rellenar mucho. Por acá pasaba el cauce del arroyo y era pura piedra.  Fuimos construyendo de a poquito, a medida que íbamos pudiendo comprar materiales”, dice Elsa. Ella tenía 17 años y Pedro 26 cuando se casaron. Él trabajaba desde los 14 años en el Correo Argentino y ella trabajó un tiempo en escuela secundaria para luego estudiar peluquería.

“Me fui a estudiar y cuando volví me puse la peluquería acá”, me cuenta señalando un ambiente que da a Elordi, con grandes ventanales que alguna vez fueron vidriera. “Trabajé mucho y muy bien por más de 40 años, hasta que me jubilé. En esa época éramos pocos vecinos y las clientas me ayudaban si justo tenía que darle una mamadera a alguno de mis hijos”, relata. La peluquería se llamaba “Minnie Peinados” y hasta el día de hoy, Elsa sigue atendiendo a algunas clientas de toda la vida.

Foto: Federico Soto.

La casa, que tiene sus paredes revestidas en madera, una linda biblioteca, una salamandra que alguna vez fue de la abuela de Elsa y muchos detalles dulcísimos, fue el lugar en el que nacieron sus tres hijos, todos atendidos por el doctor Koessler. “Antes en la cuadra había muy pocas casas, con patios enormes. En las calles había acequia y árboles frutales: tilos, manzanos, ciruelos. Te confundías con el olor de tantas flores. Yo me crié en la esquina de Abolengo, con Rudy Alder somos primos. Mi abuelo, que era suizo, nos enseñaba mucho la puntualidad y el orden. A los más chicos nos tocaba llenar el tanque de agua con una bomba reloj”, relata, sentada en un sillón con forma de ele, cómoda con sus recuerdos.

“Al principio esta casa era muy cerrada, porque la fuimos haciendo a pulmón. Después fuimos tirando paredes, agregando cuartos y ventanas. Yo me deleito con las ventanas, viendo las flores y los pájaros. Me encanta darles de comer. El panadero de enfrente me regala el pan viejo para darles”, dice Elsa, señalando hacia afuera, a los comederos. Hay sillas y silloncitos delante de cada ventana, creando lugares de contemplación y disfrute.

Foto: Federico Soto.

“Mi casa es un tren”, dice, por la forma lineal en la que se fueron agregando cuartos a partir de la primera construcción, de cocina y un dormitorio. “Usamos de aislante diarios y cartones. No existían las membranas. Tengo una cocina a leña con una serpentina de cobre, que sigo usando para cocinar y calentar el agua de toda la casa. Funciona mejor que la cocina a gas”, me explica, mientras me conduce hasta el lugar y me la muestra. También me señala una ventana hermosa, que da a una ligustrina verde oscura, construida para reemplazar a otra más pequeña y seguir disfrutando la naturaleza.

“La Pichanga” es el nombre con el que Elsa bautizó a su hogar. Viene de una historieta chilena en la que aparecía un comedor familiar, muy barato, en el que iban a comer todos los personajes: “Le puse ese nombre porque me da mucha satisfacción que siempre estuvo lleno de amigos, míos o de mis hijos y nietos. Muchos de ellos, ya grandes, aún se acuerdan de las tortas y meriendas que les servía cuando venían. Acá siempre está la puerta abierta para recibir a quien venga de visita. Incluso cuando llamo a vecinos de mucha confianza, que desde siempre me arreglan lo que se va descomponiendo, y se quedan a almorzar conmigo. Me hace muy felíz recibirlos”.

Foto: Federico Soto.

Elsa se acuerda de que eran pocos sus vecinos, pero muy buenos: “Estaba don Vilca, que tenía un negocio de cotillón y fuegos artificiales. Para navidad ponía parlantes en la vereda y pasaba cumbia. Le encantaban los Wawancó, que estaban de moda. A mi me encantaba acercarme y bailar con él en la vereda. También nos poníamos máscaras en carnaval. Le daba mucha alegría a la cuadra. Una navidad que hacía mucho calor, él tenía una pared llena de cohetes. Entró una señora fumando y se prendió fuego todo”. Otro de los vecinos recordados en este relato es don Benvenuto, que tenía un almacén y llevaba sus cuentas en un cuaderno: “Nunca le falló un número. Eran todos muy honestos”.

Hoy en día, Elsa pasa sus jornadas ocupada en mantener espléndido su jardín, con sus rosas amarillas sin espinas. También disfruta de las palabras cruzadas y de atender a sus clientas de toda la vida, junto con amigos y amigas que pasan a visitarla. Con ella vive su hija Celeste y están siempre sus nietos. “Yo necesito pisar tierra y darle de comer a los pájaros para vivir. Hace un tiempo me volvieron loca para comprar el terreno, por un edificio que estaban haciendo atrás. No tengo ningún interés en vender. Este es mi lugar y no me imagino viviendo en otro lado”, declara nuestra vecina.

Foto: Federico Soto.

Además de tener en común jardines hermosos, las casas que forman parte de este ciclo comparten este sentimiento de pertenencia, de lugar en el mundo, de una vida entera transcurrida en sus paredes, con generaciones nacidas y crecidas al calor de sus ambientes. Elsa sabe que ese es su paraíso, su vacación eterna. Quizás a partir de estas historias podamos hacer un esfuerzo conjunto en seguir cuidando y conservando estos espacios, que más allá de históricos, son registros vivos de humanidad.

1 Comment on Casas Contadas – capítulo 27: Elsa Schnarwiler y “La Pichanga”, un hogar que supo integrarse a la naturaleza para convertirse en su paraíso

  1. Que linda historia. Hermoso rosal. Imagino la peluquería, las historias que contarían. Un verdadero lugar de relax para las mujeres. Es mejor que ir al psicólogo. Muy linda historia

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