Los 120 años del príncipe y científico que vivió en San Martín de los Andes

Por Ana María de Mena

Hace un siglo llegaron al país personas rusas escapando de la revolución de 1917, que eliminó al zar Nicolás II y los suyos. Huían a lugares remotos y en el hemisferio sur, Argentina era ideal por lo distante. El paraje Las Piedritas de Chaco recibió en 1922 a Juan Schahovskoi y su esposa. Sergey Schachovskoj eligió la Patagonia. Al ingresar, los apellidos fueron inscriptos con distinta ortografía, pero pertenecían a la misma estirpe, emparentada con la familia imperial rusa.

Sergey había nacido en Moscú el 24 de noviembre de 1902, hijo de Sergey Ivanovich y Lidia Vladimirovna Lepioshkina. Perdió al padre en 1907 y a los quince años su  familia y él, huyeron a Praga para eludir la revolución. Allí estudió y se recibió de Ingeniero Forestal.

En esa ciudad se casó en 1937 con Olga Vladimirovna Nabókova, perteneciente a una familia rica, culta y aristocrática de San Petersburgo. El abuelo de Olga, Dimitri Nikolaievich Nabókov fue Ministro de Justicia del zar y uno de los juristas que redactó la abdicación Miguel Romanov, hermano del zar, que puso fin al Imperio. 

El árbol genealógico dice que Olga y él tuvieron dos hijos: Mijail y Sergey. Diez años después el matrimonio se divorció en Munich, Alemania. 

Llegó a Buenos Aires en 1948. A su amigo Eberardo Hoepke, Sergey le contó que  Olga y un niño viajaron de Europa a Estados Unidos y él lo hizo a Sudamérica. Se desconoce el destino del  otro hijo. Luego del divorcio, Olga volvió a casarse.

Expertos forestales y buenos destiladores

Con la intención de organizar estaciones científicas de flora y fauna, el Ministerio de Agricultura de la Nación había contratado como asesor técnico al Ing. Nicolás Lebedeff, egresado del Instituto Imperial de Silvicultura de San Petersburgo, y lo había incorporado a la Dirección de Parques Nacionales.

Para ese fin, según una reseña de Vitaly G. Komarov, un ruso afincado en San Carlos de Bariloche, el consulado argentino en Polonia divulgó la invitación a profesionales  forestales para desarrollar el proyecto en la Isla Victoria, a través de una Escuela de Viveristas. 

Respondieron Vsevolod Koutché, nombrado Director del Departamento Forestal; Dimitry Gavrilenko quien montó un laboratorio y fue un reconocido entomólogo; Yuri Godlevsky, Boris Arzhanov, Karl Ivanovich Krebs y Sergey Schachovskoj. 

El guardaparque Arsenio Caviglia que asistió a la Escuela de Viveristas, dice: “…un ingeniero agrónomo nos hablaba de pastizales, y luego el ruso nos hablaba de árboles, semillas, ríos aluvionales, cercados de árboles vivos para sombra de cultivos, protección de vientos y ganado. (…) Nos enseñaban a conocer las especies vegetales y las cualidades de cada una”.

Komarov cuenta que un grupo de visitantes en la Isla Victoria encontró en el césped unas matas que identificaron como la llamada “hierba del bisonte”, usada para elaborar tinturas y preparar vodka. Llenaron sus bolsos con ella pero cuando los revisaron al abordar el vapor que los trasladaría, fueron detenidos porque estaba prohibido arrancar plantas. Se escudaron en que eran medicinales, por lo que el guardaparque fue con ellos a la administración. 

Agrega Komarov: “El príncipe Schakhovskoy (otra ortografía del apellido) estaba allí. Inmediatamente reconoció las altas propiedades curativas de esta hierba y dio permiso para que las llevaran. Desde entonces, muchos rusos tienen un lecho de bisonte en Bariloche”. Hay sanmartinenses que probaron la calidad de esa bebida y la recuerdan como grata al paladar.

La experiencia forestal desarrollada por Sergey en Salzburgo y su título universitario, favorecieron que fuera incorporado al Parque Nacional Lanín cuando llegó a San Martín de los Andes en 1949.

Un experimento en Pucará 

Como la Administración de Parques Nacionales contrató profesionales europeos para instalar estaciones forestales y de fauna, cuando Carlos Bresler era Intendente del PNL le encomendó que desarrollara una estación zoológica cerca de Hua Hum, dedicada a la cría de pudu pudu, venados, flamencos, ñandúes, pavos reales, coatíes y otras especies. Debido al clima, la alimentación y el hábitat ajeno, los animalitos sucumbieron poco a poco. Los antiguos pobladores de la zona recuerdan los esfuerzos para que sobrevivieran.

El Ing Schachovskoj estuvo al frente del Vivero Forestal de Pucará, en el paraje homónimo de la cuenca Lacar-Nonthué. Allí plantó especies autóctonas y exóticas y fue consignando en prolijas fichas manuscritas, las fechas de siembra, el desarrollo de cada especie y las observaciones sobre su adaptación.

En las casi cinco hectáreas que ocupa el vivero, durante el primer año plantó mil trescientos ejemplares de interés forestal. Gracias a su vinculación con científicos de varios países, consiguió semillas de Estados Unidos, Australia, China, Alaska, Méjico, Asia Menor, Tasmania y otros sitios remotos. Así tomó forma el arboretum (jardín botánico integrado por árboles y plantas con fines primordialmente científicos). 

Después de retirado del PNL, Sergey siguió siendo un referente forestal, a tal punto que, cuando un funcionario dio orden de eliminar las especies exóticas bajo su jurisdicción, intentó preservar las que había plantado experimentalmente, sin lograrlo. Entonces viajó a Buenos Aires y consiguió que las plantaciones del arboretum pasaran a jurisdicción del Instituto Forestal Nacional y evitó su eliminación. En la actualidad, varias décadas después, Pucará conserva huellas visibles de su obra.

A través de convenios interinstitucionales entre la Universidad Nacional del Comahue y el PNL, en ese espacio se desarrollan actividades científicas, educativas y recreativas.

Carlota Thumann y Don Sergio.

Entomólogo de notables ocurrencias

Schachovskoj también tenía interés por los insectos. Su cuñado Vladimir Nabókov, además de ser el autor de “Lolita” y otros libros, era entomólogo. Hay especies clasificadas con su apellido, en 1940 tuvo a su cargo la colección de mariposas de la Universidad de Harvard y en varias fotos se lo ve con ellas y con las redes de caza. Seguramente en reuniones familiares Vladimir y Sergey charlaron muchas veces sobre Entomología.

En San Martín de los Andes fue amigo de Mario Gentili y juntos hacían excursiones para capturar insectos. Muchos de ellos eran intercambiados con especialistas de distintos países. Otros los vendían, cuenta Don Eberardo Hoepke, quien acompañó alguna de esas salidas. 

Quien a veces formó parte de las excursiones fue la fotógrafa Lotte Frolich de Thumann, la recordada Carlota, que entonces criaba sola a cuatro hijos. Ella y Sergey tuvieron una relación sentimental que la vecindad conocía y respetaba, dado el aprecio que las dos personalidades inspiraban. 

Sobre la comunicación con centros internacionales, el pintor Georg Miciu que conversaba en ruso con Sergey, dice recordando su mesa de trabajo: “…estaba totalmente cubierta de correspondencia de las máximas  universidades del mundo. Pude ver membretes y sobres del British Museum, Oxford, Yale, Cambridge, Harvard… pero por sobre todo de museos de ciencias naturales”.

Sergey colectaba y describía los insectos y por sus contribuciones a la Entomología, hay especies clasificadas con su apellido, como la Ceromitia schajovskoii, Barypus schajovskoii, Drepanicus gayi schajovskoii, Syllitus schajovskoii y Homeonympha  schajovskoii.

En el interior de la vivienda de Pucará.

Denotando su sentido del humor, le comentó una vez a Don Eberardo: “Ahora soy un hombre famoso, le han puesto mi nombre a un insecto, lástima que soy una chinche”. 

Otra anécdota de sus ocurrencias, sucedió cuando acompañaba en un paseo en lancha por el lago Lácar a un grupo de visitantes, y una señora le preguntó por las placas basálticas que semejan las varillas de un aventador, observando al cerro Abanico. Muy serio Sergey respondió más o menos así: “Estimada señora, en el jurásico los dinosaurios que vivían en la zona se afilaban las uñas en este cerro y lo dejaron marcado”.

Por otra parte, Komarov cuenta que “Desde la sede de Parques Nacionales recibió órdenes de escoltar a un alto especialista forestal de Estados Unidos por toda la reserva. A su llegada, Schakhovskoy le habló afablemente en español. El estadounidense dijo que no entendía”. Entonces Schakhovskoy habló en francés. Pero tampoco conocía ese idioma. Le habló en ruso, alemán, polaco, serbio, italiano y latín. Agrega Komarov: “Para una persona estadounidense de alto rango todos esos idiomas eran extranjeros. ‘Solo hablo inglés’, dijo con arrogancia. Entonces Schakhovskoy en un inglés impecable le respondió ‘y este es el idioma que no conozco’. Después de eso, durante toda la inspección del parque no pronunció una sola palabra”.

“Una bella persona”

Don Sergio, como lo llamaban los vecinos, aprendió el español rápidamente pero lo pronunciaba con acento extranjero. Aunque no aludía a su alcurnia, quienes lo trataron notaban finos modales, educación esmerada y recuerdan la gran cultura que lo caracterizaban. Tampoco hablaba de su historia y apenas mencionó ante su amigo Eberardo a la esposa y al hijo que estaban en Estaos Unidos.

Roberto Carrillo trabajó con él muchos años y señala que solía contar la ración diaria de comida que recibía durante la guerra. “Acá desayunaban asado, puchero al mediodía, a la noche asado de nuevo y los restos para los perros. ‘¡Tanta comida!’ decía Don Sergio, y agregaba que no se quería ir nunca de la Argentina”.

Georg Miciu una vez le preguntó tímidamente por sus ancestros. Por respuesta le mostró un libro editado en Francia donde estaban registrados los nobles rusos, incluido él residente en la Patagonia como entomólogo y a cargo de un vivero forestal.

La artista Lydia Zubizarreta y su esposo vivían en Quila Quina y lo frecuentaron. Jorge Zubizarreta contaba que en Pucará Don Sergio convivía con algunas telarañas  en el techo; a las arañas las había bautizado con nombres de mujer. Lydia observó en su mesa cubiertos de plata con el escudo de familiar. Y otra vecina, Carmen Sosa de Oneto recordaba esos cubiertos, sobre los que su dueño alguna vez le dijo “miralos bien, porque de vez en cuando pierdo alguno”.

La amabilidad, unida a una personalidad interesante, posibilitó su amistad con Andrés de Larminat; con la familia Llauró y jugar al bridge con Eleonor Dawson. También Renato Ragusi, esposo de Elsa Goroso la maestra de Pucará de entonces, evocaba  como un privilegio las copas de coñac y las charlas que compartieron en su casa, por haber estado ante una “una bella persona”, como lo definía.

El bosque guarda su recuerdo

En 1963 dejó la actividad laboral en el P.N.L. Seis años más tarde envió al Museo Británico de Historia Natural algunas cajas con insectos de la zona, llevadas por Janet Dickinson. Ella contaba: “Cuando hice la entrega en el museo encontré que todos conocían a Don Sergio por su labor en la colección e investigación de insectos”.

En 1972 él, Horacio Molinari y Mario Gentili pusieron en marcha el Instituto Patagónico de Ciencias Naturales donde se dedicó a las especies vegetales hasta su muerte, ocurrida en San Martín de los Andes en 18 de febrero de 1974. 

Caricatura para la que Don Sergio posó en San Martín de los Andes

Fue sepultado en la entrada del arboretum, como él había pedido a sus amigos. Tiempo después llegó a Pucará el hijo, quien colocó en la tumba una cruz ortodoxa y una placa inscripta en cirílico (sistema de escritura de lenguas de Europa oriental y Asia) que dice: Príncipe Jorge Sergio Schakovskoj.

En los años ’80, durante una visita al paraje de exploradores de Olivos, el sacerdote Valentin Iwosewicz de la Iglesia Ortodoxa Rusa de Buenos Aires, rezó una oración delante de la sepultura.

Por los aportes forestales que hizo el Aula Magna de la sede San Martín de los Andes de la Universidad Nacional del Comahue lleva su nombre.

Colectó y describió ejemplares que aún citan los especialistas y tuvo un accionar de respeto por la naturaleza que en nuestro país se consideró mucho tiempo después.

En Pucará Sergey plantó ejemplares de Eucalyptus muelleriana, de los cuales uno es el árbol más alto del lugar. Guarda la memoria del príncipe que no ostentó su linaje pero mostró la nobleza de su espíritu. Vale la pena recordarlo a ciento veinte años de su nacimiento que se cumplen estos días.

Autora: Ana María de Mena – anamariademena@gmail.com

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