Retrato de don Eberardo Hoepke a sus 90 años

Por Ana María de Mena (*)

Oriundo de Surau, cuando aún era una ciudad alemana -hoy es polaca-, de niño, Eberardo Hoepke fue llevado por sus padres a Dresde, huyendo de la miseria de la guerra, pero ésta resultó ser tan castigada que se la compara con Hiroshima después de la bomba.

Perdió a su padre y a otros familiares, pasó hambre y vio tanta miseria que se propuso escapar. Solamente pudo cursar la escuela básica y, después de trabajar hachando árboles en Estocolmo, con lo que ganó se compró una moto y se embarcó para Argentina: decidió el destino al saber que había vacas porque dedujo que no faltaría comida.

 Junto a la moto que lo trajo al sur.

En 1955, tenía veintidós años cuando llegó al país: con la moto, cien marcos, unas pocas pertenencias y sin hablar castellano. Estuvo en Buenos Aires y de allí fue a Santa Fe a trabajar. El clima caluroso lo abrumaba, no lo dejaba dormir y resolvió que buscaría otro lugar.

En una ocasión, vio una chapa patente con un lago, una araucaria y una montaña y preguntó dónde quedaba el lugar al que pertenecía. Supo que era de un pueblito llamado San Martín de los Andes en la Patagonia. Averiguó cómo llegar y enfiló la moto hacia el sur.

El ing. Sergio Schachovskoj, Renate, su retoño y Eberardo en Pucará.

En Zapala, cansado y polvoriento, se animó a continuar cuando le informaron de los bosques cordilleranos. Finalmente, conoció San Martín de los Andes y lo enamoró el verde. Como en la estancia Quechuquina necesitaban imperiosamente un encargado, se interesó en el trabajo. Enterado de la tarea a realizar, sugirió la conveniencia de viajar a Europa, estudiar allá el funcionamiento de las empresas forestales para aplicar lo que viera en la zona andina y convenció a sus patrones.

En Quechuquina

Por la ausencia de caminos de ese entonces, al establecimiento se llegaba a caballo o en lanchas. En la estancia vivían las familias del personal, y los niños en edad escolar concurrían a la escuela de Pucará tres veces por semana, cuando pasaban las embarcaciones.  

Como las viviendas habían sido construidas por los trabajadores con la madera que proporcionaba la firma, Hoepke implementó la construcción de una escuela de la misma forma. Allí fue maestro Carlos Buganem: “con papel crepé hacía los trajes de los actos patrios; se ocupaba mucho de los chicos”, dice Don Eberardo. Su memoria trae el nombre de Graciela y Beatriz Zaccagnini, “flamantes docentes llenas de temores, pero pronto ganaron confianza y pudieron ejercer tranquilas”, acota. Otros maestros fueron Dolly González y Lalo Rubilar y aunque su memoria no trae los nombres, recuerda los apellidos de la Sra. Mansilla, Nahuelquín y Quevedo.

Acto en la escuela de Quechuquina, hoy abandonada.

Con esa modalidad de ofrecer la madera y que los obreros pusieran la mano de obra, Hoepke autorizó que se construyera una capilla cuando un grupo de obreros tuvo la iniciativa para realizar sus celebraciones. 

Allí se casó con Renate Dietrich, a quien había conocido en su viaje a Alemania, en un baile al que no lo dejaron entrar, pero él vio la oportunidad de hacerlo a través de una ventana abierta y no se quedó afuera. A su regreso, las cartas atravesaron el océano hasta que ella, indocumentada, menor de edad y sin permiso de los padres -que no deseaban un yerno “aventurero” en Sudamérica- logró viajar. Al llegar el barco que la trajo, el novio corpulento que la esperaba con botas de caña alta, sombrero de ala ancha y con acento alemán al hablar, confundió a los controladores cuando simuló ser un jefe de la naviera. Así la condujo hasta el taxi que los aguardaba.

Del matrimonio nacieron cinco hijos , de los que viven Erica; Diego, que lleva el nombre de su abuelo paterno; y Clara, llamada como una tía de Eberardo.

Colaborando en el concurso de hacheros en la Fiesta del Montañés.

Volviendo al “pueblito” que formaban las familias que residían en la estancia, lucía bonito porque con ingenio él promovió concursos de jardines que premiaban al ganador con un asado, que después compartía con todo el personal. Fue hace mucho pero aún hay rosales de aquellos años.

Leyó, estudió, consultó, recorrió sitios para ver las experiencias de terceros y logró los objetivos de la producción maderera. Diecisiete años trabajó en la empresa donde quedó su impronta. Entre otros rastros de su paso, un hermoso bosque de sequoias, lo confirman.

Se hubiera quedado trabajando allí, pero le ofrecieron como retribución, además del salario, una extensión de tierra en la zona de Meliquina. En esto entrevió la posibilidad de tener algo propio y aceptó la oferta.

Don Eberardo y Teresita durante un agasajo que le hizo la Asociación Amigos del Museo.

En Meliquina

Tiempo antes, la pérdida de dos hijos y el aislamiento en el paraje en contraste con su vida europea, sumieron en tristeza a la esposa, que se alejó de Eberardo.

Él debió resolver cómo ordenar su casa. Puso avisos en un periódico alemán y, cuando llegó el momento, fue a Buenos Aires a entrevistar a las señoras que respondieron al llamado laboral. La prolijidad de Teresa Palenberg lo ayudó para decidirse a contratarla. 

Compartieron los trajines diarios lo suficiente como para que un día decidieran casarse, pero el sacerdote al que recurrieron no quiso celebrar el matrimonio porque había una boda anterior. “Así es que Teresita y yo vivimos en feliz concubinato hace muchos años”, reflexiona a veces sonriendo. De la unión nació Bertil, un hijo que sigue los pasos de su padre en las tareas del campo, después de graduarse en la universidad de Belgrano.

 Con Doña Yolanda Curruhuinca, Mabel Martínez y Maclovia Torres.

En cuanto a la actividad laboral, Hoepke había logrado hacer crecer variedades de coníferas en suelos donde nadie lo hubiera pensado, y también lo hizo en Meliquina. Convirtió páramos en bosques. De manera parecida, impulsó acciones para incrementar la producción forestal. Asimismo, favorecido por la experiencia, como los hijos de los obreros y los niños de los alrededores no tenían colegio cerca, encaminó esfuerzos para poner en marcha un colegio. Por su impulso nació la escuela provincial n° 117. 

Trabajó veinte años en el campo forestal, y en Meliquina plantó miles de pinos oregon, ponderosa, murrayana y contorta. En el momento que tuvieron lugar esas plantaciones, en el sur poco se sabía de la modificación que producen en el medio ambiente las especies exóticas. Sin debatir el tema, que exige la voz de expertos, lo cierto es que Don Eberardo es reconocido en la provincia del Neuquén como un referente forestal. 

Disfrutando el mate en su casa de Filo Hua Hum.

En calidad de tal recibió incontables reconocimientos. Algunos de ellos son: de la Asociación Forestal Argentina (1993); de la sede sanmartinense de la Universidad Nacional del Comahue (1993); Al emprendedor Agropecuario 1999 de Clarín Rural y del Banco Francés; de la dirección de Recursos Forestales de la provincia del Neuquén (2016); de la Agencia de Desarrollo Económico en el 120° aniversario de San Martín de los Andes (2018) de la Fundación Bosques Argentinos para la Biodiversidad (2919). 

La Organización Bosques Nativos Argentinos le entregó un presente y un diploma en 2019, por producir y plantar más de quince millones de árboles. La Corporación Forestal Neuquina y el Centro de Investigación y Extensión Forestal Andino Patagónico, también formalizaron reconocimientos.

Por su tarea comunitaria, le otorgaron galardones cuando cumplió cincuenta años como “inmigrante aportando al país” de la Municipalidad de San Martín de los Andes y del Ministerio del Interior de la Nación. La escuela provincial N° 117 de Meliquina le entregó un diploma como fundador del establecimiento (2012) y el Concejo Deliberante sanmartinense le dio otro por su dedicación a la Fiesta del Montañés (2016). 

 “Me gustaría una foto acá”, le dijo a Ariel Maxit de Mena en febrero pasado; y Ariel cumplió su deseo. 

Don Eberardo, ciudadano ilustre de San Martín de los Andes, galante con las damas, conversador con todos, atento al acontecer del país, ha sido eje de numerosas entrevistas radiales, televisivas, filmadas. Disfruta de contar lo que ha visto y lo que le consultan. 

Suele repetir que le apasionan tanto las plantas que nunca sintió que era un trabajo o un esfuerzo dedicarse a ellas. Tanto es así que complace ver la felicidad en su rostro al visitar un bosque. Se enternece viendo los renovales espontáneos que la tierra brinda y, si son de alguna plantación surgida de su iniciativa, subraya: “estos son mis hijos verdes”.

Una síntesis de la vida de este pionero nacido el 6 de julio de hace noventa años, está en un disco de madera que le obsequiaron por su trayectoria laboral entre 1962 y 2018, período en que se desempeñó en distintos establecimientos, que dice: : “Creando trabajo para la región, madera para el país y oxígeno para el mundo”.

Las fotos de la moto, Pucará, Quechuquina y Fiesta del Montañés fueron facilitadas por Don E. Hoepke. Las restantes fueron tomadas por la autora y una por su hijo.

(*) anamariademena@gmail.com

2 Comments on Retrato de don Eberardo Hoepke a sus 90 años

  1. Hola buenas tardes, las maestras que nombran en el relato son Graciela y Beatriz Zaccagnini, de hecho La escuela 179, lleva el nombre de Maestra Beatriz Zaccagnini.

  2. Maria estela Lerin // 7 de julio de 2023 en 00:14 // Responder

    Q felicidad me da saber q este sr está entre nosotros era muy chiquita cuando lo conocí mí papá trabajo con el en quichuquina q placer saber de el

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