Ucrania: otro experimento sangriento

Por Adrián Fernández

El presidente de Ucrania, Petró Poroshenko, disolvió la Rada Suprema (Poder Legislativo) y convocó elecciones para el 26 de octubre. El argumento es que “muchos diputados son patrocinadores, cómplices o partidarios de los guerrilleros separatistas” que se alzaron en armas en el este del país contra el poder central.
“No es un secreto que la quinta columna está integrada por decenas de llamados diputados populares. ¿Acaso se puede ganar así la guerra?”, reflexionó el presidente en referencia a quienes rechazan la ofensiva militar contra las repúblicas populares de Lugansk y Donetsk, tildadas por el gobierno central de “organizaciones terroristas”.
Poroshenko, que cuenta con el respaldo de Estados Unidos y la Unión Europea (UE), dijo que las elecciones de octubre permitirán “depurar la política ucraniana” que, según él, exigieron los sectores que se movilizaron entre noviembre de 2013 y febrero pasado contra el luego derrocado presidente Víktor Yanukóvich, aliado de Rusia. Aquel mandatario se oponía a la firma de un acuerdo comercial con la UE. Las elecciones realizadas tras su derrocamiento le dieron el poder a Poroshenko quien, apenas asumió, rubricó el pacto con la UE que deberá ser ratificado en septiembre por la actual Rada. Ahora pidió a “las fuerzas democráticas” que protestaron contra Yanukóvich que concurran a las legislativas de octubre embanderados en “un programa europeísta” (léase antiruso).
El actual gobierno se debilitó a pasos agigantados y el presidente disolvió el Parlamento apenas tres meses después de haberse conformado. La agonía del Ejecutivo duró exactamente un mes: el 24 de julio renunció el primer ministro Arseni Yatseniuk luego de una ruptura de la alianza oficialista. Si bien Yatseniuk logró mantenerse en el cargo el Parlamento no pudo reconstituirse y, como estaba previsto, Poroshenko disolvió la Rada y convocó a elecciones.
Aquella crisis del 24 de julio se produjo luego de que las agrupaciones Udar (Alianza para la Reforma Democrática Ucraniana, nacionalistas proeuropeos y antirusos) y Svoboda (ultranacionalista) abandonaran la coalición tras rechazar un aumento de impuestos y la apertura al capital privado del control de los gasoductos del país. Las dos iniciativas forman parte del plan de ajuste del FMI que socorrió al nuevo Ejecutivo nacido tras el golpe de Estado de febrero.
La crisis incluyó la decisión del presidente de la Rada, Alexandr Turchínov, del partido oficialista Batkivshina, de disolver el bloque parlamentario del Partido Comunista de Ucrania (PCU) por no tener el número necesario de diputados, tal como lo había ordenado el presidente Poroshenko. “Espero que nunca más tengamos grupos comunistas en el Parlamento de Ucrania», dijo.

Momento oscuro

La convocatoria a nuevas elecciones (las anteriores fueron en mayo pasado) no podía haber llegado en peor momento. El Ejército ucraniano sigue provocando muertes civiles en su ofensiva contra las regiones independentistas; escasea el presupuesto militar; el FMI pide ajuste y Estados Unidos y la UE acusan a Moscú de fomentar una guerra que en cinco meses dejó más de dos mil muertos.
Julio y agosto fueron los meses más sangrientos en Ucrania, incluyendo los casi 300 pasajeros de un avión comercial de Malaysia Airlines derribado el 17 de julio. Hasta este 24 de agosto los combates continuaron en Donetsk y Lugansk. La capital de esta última región independentista carece de agua, luz y combustible desde comienzos de mes aunque los milicianos prorrusos mantuvieron sus posiciones.
La reacción independentista se produjo tras el golpe de Estado de febrero. No es otra cosa que la resistencia de la población rusoparlante a un gobierno manejado desde Washington y Bruselas e integrado por sectores nazis y nacionalistas extremos. La propaganda occidental responsabiliza a Moscú por esta escalada militar pero oculta que la variante independentista es consecuencia de una invasión extranjera a través de un golpe de Estado contra un gobierno alineado a Rusia y contrario a los acuerdos con la UE y el FMI. Algunas semanas antes de que Rusia se involucrara en la crisis los nazis que forman parte del gobierno ahora saliente atacaron y mataron a la población civil de las regiones rusoparlantes.

Sanciones mutuas

La crisis encuentra también a Estados Unidos, la Unión Europea y el gobierno ucraniano enfrascados en una propaganda para desacreditar a Rusia y a los autonomistas prorusos. Las acusaciones incluyeron responsabilizar a Moscú de fomentar la guerra, armar a los autonomistas y provocar militarmente a la Otan.
La otra pata de esta guerra son las sanciones económicas. A mediados de junio Estados Unidos y la Unión Europea anunciaron reprimendas contra intereses rusos por entender que Moscú colabora con los independentistas. Las medidas alcanzan a bancos, compañías energéticas, empresas de defensa, instalaciones comerciales, funcionarios de Rusia y la suspensión de la cooperación financiera a través de bancos europeos.
La reacción política de Rusia no se hizo esperar. El presidente Vladimir Putin se reunió con gobiernos de América Latina (Argentina, Brasil, Ecuador) y de otras partes del mundo (Egipto, por ejemplo) para reemplazar las comprar de materias primas que Washington y Bruselas le bloquean.
Otra acción rusa para contrarrestar las políticas de agresión política y diplomática fue el envío de ayuda humanitaria al este de Ucrania, donde ciudadanos rusoparlantes independentistas luchan contra las fuerzas militares de Kiev. El 22 de agosto llegaron a esa región 262 camiones rusos con alimentos, agua y medicamentos. El gobierno de Kiev lo consideró como una violación del derecho internacional. Pero Moscú anunció que planea enviar un nuevo contingente aunque adelantó que esta vez espera contar con el visto bueno de Kiev.
La situación, por dónde se la mire, está empantanada. Como ocurrió en Siria, Irak o Libia, incluso como se intentó en vano en Venezuela o Irán, la estrategia de Washington sólo da resultados en los enormes gastos militares que devienen en miles de muertes civiles. Tal vez alcance para cerrar la ecuación económica en plena crisis capitalista pero resulta insuficiente para blindar a Estados Unidos y la Unión Europea de nuevos actores globales como Rusia o China. Un empate técnico que más temprano que tarde se va a dirimir.

ADRIÁN FERNÁNDEZ
Periodista, redactor de la revista mensual América XXI.
Columnista de Internacionales. Radio Nacional

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